En 2016 Cuadernos del Vivía publicó hermosamente mi Proyecto Escritorio, donde reuní y expliqué las razones de un conjunto de poéticas de los espacios de escritura a cargo de 77 autores contemporáneos en lengua española. El libro era culminación del trabajo que inicié cuatro años antes en redes sociales y en el blog del mismo nombre.
Decía, entre otras cosas, en el prólogo:
Me interesan los lugares por donde merodea la escritura. Siempre que visito a un escritor amigo procuro hacerme franquear su sanctasantórum, cuando no lo fisgoneo a escondidas como un mirón vicioso. Siento una irrefrenable atracción por estos espacios de intimidad profanada. En las casas-museo de escritores corro a buscar antes que nada las habitaciones propias, y aunque suelen decepcionarme (tienen algo de museo de cera o de animal disecado), no cejo en la persecución del secreto que imagino que contienen. Me refiero al lugar físico, pero también al espacio metafórico donde se generan los procesos creativos. ¿Existirá en algún lado un espacio amigable, un espacio fuente de donde brote feliz la escritura con solo desearlo? Me pregunto si los lugares donde escribimos serán un estado mental o si estamos fatalmente sometidos a la influencia de lo que nos rodea; si, como inquiere Menchu Gutiérrez, escribir sobre cristal o sobre madera dará como resultado escrituras distintas; si abrir la ventana para que entre el ruido de la calle (Marta Sanz) comunicará a lo que escribes todo un manifiesto de impurezas. O aquello que a Mary McCarthy le intrigaba a propósito de los espacios de Elizabeth Bishop: cómo era posible que su poesía fluyese tan delicada con aquel cuarto de trabajo tan sucio y desordenado y en aquel escritorio más desordenado aún. ¿Por qué nunca lo limpiaba? Quizá para no alterar esa relación misteriosa entre el desorden de su escritorio y la elegante pulcritud de su escritura.
[…]
El proyecto echó a andar en enero de 2012, casi como un juego de extimidades surgido al calor de Facebook. Con muchas dudas sobre la acogida que podría tener, expliqué la idea a unos pocos amigos. Si aceptaban el juego, me enviarían una fotografía de su espacio de trabajo realizada por ellos mismos y, junto con la fotografía, un breve texto, entre el apunte y el microensayo, sobre cualesquiera aspectos relativos a dicho espacio y a su relación con él. Aunque a algunos la proposición les pareció turbadora y rechazable, en general respondieron con tanto entusiasmo que muy pronto me di cuenta de que el proyecto valía la pena y decidí tomármelo en serio.
Los autores no posarían ante la cámara, sino que desaparecerían para hacer posar a sus escritorios. Ningún fotógrafo ajeno vendría a imponer sus encuadres ni a igualar con su mirada la serie de imágenes; serían los propios autores quienes, a partir de una absoluta libertad de planteamientos, realizasen las fotos de sus espacios físicos o simbólicos de escritura, artísticas o caseras, de cerca o de lejos, en color o en blanco y negro, desde este o aquel punto de vista, en función de lo que quisieran mostrar u ocultar, y cómo, y por qué. Se trataba de proponerles un striptease en toda regla, porque no hay nada más íntimo para un escritor que el lugar donde escribe.
[…]
Es evidente que, por el lado de la imagen, Proyecto Escritorio contiene una dosis de espectáculo, en un momento en que hay un masivo desplazamiento de la atención pública hacia la intimidad de la vida privada: quien no se exhibe, mira. En el nivel de la recepción, ello permite a los lectores convertirse en espectadores y limitarse a la curiosidad de querer saber «a quiénes pertenecen» determinados escritorios, o al revés: «cómo serán» los escritorios de determinados autores que les interesan. Muchos de estos escritorios se muestran aquí por primera vez en público. Se trata de espacios pensados para la vida íntima que de pronto han sufrido la violencia de la exposición pública. Los escritores se han convertido en fotógrafos ocasionales y a la vez en strippers. ¿Esas fotografías amateurs lograrían plasmar de manera ingenua, imperfecta y atractiva una cierta «verdad» de los espacios? ¿O el hecho mismo del tránsito de lo privado a lo público produciría un proceso de museización de la intimidad, con su corolario de asuntos: auténtico/falso, original/retocado, etcétera?
algo más:
Prólogo extenso en Los diablos azules de Infolibre
La nave de los locos, de Fernando Valls
Presentación en Málaga con Guillermo Busutil, Isabel Bono y José Antonio Garriga Vela