Los novelistas conviven íntimamente con sus personajes de ficción durante el tiempo que dura la escritura de la novela. Las relaciones que se establecen entre una y otra parte son de una inextricable complejidad. Pero ¿qué sucede cuando el personaje de la novela es un hombre de carne y hueso, un asesino, y la novela se está escribiendo mientras los tribunales deciden su vida o su muerte? ¿Y si el escritor, que sabe que tiene entre manos la posibilidad de una obra maestra, necesita pasar cientos de horas en la cárcel con su personaje para extraer de él la materia necesaria? ¿Hasta dónde debe seducir, engañar o desnudar su alma para conseguir que el personaje hable? ¿Y si el escritor se encariña de él? ¿Y si se enamora? ¿Y si la obra exige para su terminación precisamente la muerte del personaje? Perry Smith, el asesino de cuatro personas en un pueblo de Kansas, debía morir para que una novela de no-ficción llamada A sangre fría terminara como lo hacen las novelas de verdad. ¿A qué precio moral escribió Truman Capote su libro, de cuyo éxito no se repondría, y tras el cual no volvería a escribir nada relevante durante el resto de su vida? ¿Qué hubiera sucedido de haber podido elegir (en la realidad, pues en el deseo eligió) entre salvar una vida o terminar A sangre fría? De todo esto y algo más trata Historia de un crimen (Infamous), una película opacada injustamente por la famosa Capote, en tantos aspectos tan buena como esta y, en lo que respecta al asunto que voy a abordar, más profunda y compleja.
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[Publicado en Metakinema. Revista de cine e historia, n.º 2, abril 2008]